Agua, sal de mi canilla, quiero que me hagas cosquillas

Es un día de primavera pero parece invierno. El cielo está completamente cubierto de nubes, ─algunas blancas, otras grises─ amenazando con una posible lluvia, que podría ser tranquila pero el viento sopla furioso y frío. Se mete por todas las partes del cuerpo, revuelve el cabello y se hace notar en las ventanas y puertas. Es 12 de octubre, el Día de la diversidad cultural.

El “Barrio Toba” se erige en Rouillón al 4300, como su arteria principal, donde va y viene el 110, el único bondi que entra y sale de la zona, la única conexión entre diferentes culturas y realidades socio-económicas. La parada central se encuentra en la esquina de la avenida y Dr. Maradona. Ahí mismo ─detrás de un muro cubierto de colores y dibujos─ asoma, imponente, la planta de agua que abastece al barrio.

Detrás del lugar hay una historia nómade. Los primeros qom se asentaron en Empalme Graneros, a mediados de los años ‘60 en busca de trabajo. Luego, como consecuencia del desborde del Arroyo Ludueña y las inundaciones sufridas entre 1984 y 1985, es que comenzaron a ser visualizados por la Municipalidad y, recién en 1987, tras un proyecto de relocalización, se mudaron a Rouillón al 4300 a un grupo de viviendas construidas por el Servicio Público de Vivienda (SPV). Pero, el barrio nunca dejó de crecer, como tampoco lo hizo la desigualdad, la discriminación, la estigmatización, la violencia, la falta de trabajo y servicios públicos.

A pocos metros, por Dr. Maradona y Espinillo, el Centro Cultural “El Obrador” alberga todos los días a mujeres, varones y niños que llegan para realizar actividades como la huerta, artesanías, carpintería, costura, entre otras cosas. Los pequeños, que casi siempre acompañan a sus madres, juegan en el SUM del lugar con pintura, muñecos, peluches, libros de cuentos… Por la mañana, bien temprano, es allí donde los tablones comienzan a colmarse de tazas de plástico, vasos de telgopor, bolsas de azúcar, cajas de mate cocido y paquetes de galletitas. De a poco, los bancos se ocupan y, mientras desayunan, conversan sobre las actividades; otros, lo hacen en silencio.

Mantener la cultura y la ocupación de las personas que viven en el “Barrio Toba” es una tarea ardua pero necesaria. La comunidad convive todos los días con diferentes problemas que devienen de la marginalidad en que se encuentran. El agua potable y las cloacas son los principales, en materia de servicios.

Graciela es la encargada de la capacitación para lograr una huerta llena de frutas, verduras y plantas aromáticas. También trabaja en la Municipalidad en el mismo rubro. “Cuando vinimos no había agua, era todo muy escaso, después se logró que pusieran el tanque, ya estaba cuando vinimos pero solo daba agua para la gente de aquel lado”, comenta, en relación al lado oeste de Rouillión.

─Hicimos el reclamo en conjunto. Entonces nos engancharon la luz y pusieron el agua, pero nunca logramos tener presión de agua─ explica Ruperta, que ingresa en la conversación.

─Todo con notas. También se cortó Avellaneda, Circunvalación, Boulevard Seguí, reclamando la falta de agua. Se enfermaban los chicos de diarrea, acá hay muchísimos chicos. Ahora no sé si alguien se moverá, lo único que sé y que se ve, es que llegan

camionetas con agua y que la gente con sus bidones va a buscar el agua─ aporta Graciela.

Una de las chicas que está sentada a un costado, asiente con la cabeza y, con timidez, reafirma la llegada de algunos vehículos con agua envasada. Anteriormente, algunos vecinos hicieron un corte en Circunvalación para pedir por el agua potable. Es que la planta que está en Rouillón y Dr. Maradona “es con perforaciones, no es agua potable, es mezcla de la red que viene de agua potable con esa”, explica Graciela.

─No estamos acostumbrados al agua que sale de esta obra. Esto lo hicieron hace poco, hará dos años aproximadamente que está funcionando, son perforaciones, no es agua potable. Entonces, eso nos trae consecuencias, porque estamos acostumbrados al agua dulce. Para el consumo humano no es buena, a algunos les hace mal a otros no, porque ya la toleran, están más acostumbrados─ dice Ruperta con resignación.

Según Ruperta y Graciela, saben de estudios que la Municipalidad realizó en 2013 donde afirma que el agua es apta para consumo humano. Pero, uno de los problemas más graves que los aqueja es la necesidad de contar con nuevas cañerías ya que las que están, tienen más de treinta años y se encuentran con perforaciones, entonces el agua sale de las canillas con barro y contaminada.

─En esta zona, como no todos los caños son nuevos, el agua salía fea, negra, y era

en todas las casas, dijeron que era por el purificador, que tocaba las paredes y

pasaba eso. El purificador mezcla las aguas, el agua potable y la del pozo. Ahora

lo arreglaron, pero cada tanto no hay agua, entonces se llama para que vengan a

ver.

Nadando en la marginalidad

Valentina no para. Se mueve por todo “El Obrador” abriendo puertas, buscando llaves y organizando las tareas del día. Ella estudió Bellas Artes y va tres veces por semana a desarrollar algunas de las actividades que ahí se realizan. Se nota el aprecio y el respeto que todos le tienen, además, conoce el barrio casi a la perfección. Junto a Ruperta Pérez ─una de las primeras qom en llegar a la ciudad─ hacen un gran equipo de trabajo social.

Mientras Valentina prepara una recorrida por el barrio para hablar con algunas personas que abandonaron las actividades, Ruperta la espera sentada en un banco del SUM. A su alrededor, Brandon y Joaquín, dos pequeños de entre cuatro y cinco años juegan a ser Rayo McQueen, el Increíble Hulk y Dragon Ball Z. Corren, saltan, ríen. Son felices y, por unos poquitos años, no notarán en la marginalidad en que viven.

“Barrio Toba” está dividido por una arteria principal que es Rouillón y, a su vez, Dr. Maradona, la atraviesa. Al cruzar la avenida, hacia el oeste, las viviendas son humildes y conviven con un fuerte olor a podrido.

─Esta es el agua estancada en las zanjas. Por la falta de cloacas, porque los pozos rebalsan─ explica Ruperta.

El color de aquella sustancia es heterogéneo, a veces azulado, rosa, blanco; es bastante espeso. Los hogares están separados de la calle por esas zanjas contaminadas. Y, si alguno de ellos tiene las cañerías pinchadas, es muy probable que el agua que salga de la canilla contenga restos de esa que está en la puerta de sus casas.

Pero, aún hay una zona más marginal, que se asienta sobre restos de un basural. Allá donde Rouillón concluye, la diferencia es abrupta, hay más pobreza que unos metros antes. Las viviendas están construidas por chapas, troncos, plásticos y divididas por pequeños pasillos en los que puede transitar una sola persona. Allí no hay canillas, ni baños, ni agua, ni cloacas, ni nada, sólo pobreza extrema que la viven ─en su mayoría─ jóvenes qom.

Medicina y sociedad

Gabriel Ariza es médico infectólogo. Trabaja en el Hospital Centenario de la ciudad y en el Centro de Salud Barrio Toba, además da clases en la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de Rosario (UNR), en la cátedra Medicina y Sociedad. Con respecto al problema del agua potable, conoce muy bien la situación en la que se encuentra la comunidad qom.

Ariza explica que el barrio tiene más de 30 años y que ha crecido considerablemente por lo que la red de agua potable no llega a abastecer a todo el barrio.

─Hay una parte del barrio que es formalmente reconocida por el Estado y hay una parte que es informal. Entonces en esa parte informal la empresa de distribución de agua no se hace cargo de la distribución de esa parte, entonces la manera que tiene la gente que vive allí con el agua que es indispensable, es que se conectan con conexiones de caños que son irregulares, que no están hechas por la empresa y que por lo tanto carecen de algunos elementos básicos como para que las conexiones sean seguras─ explica.

El infectólogo hace referencia a la planta de ósmosis inversa que se encuentra en Rouillón y Dr. Maradona, diciendo que “hay incertidumbres sobre la legalidad de ese tipo de aguas, porque no es la misma agua del resto de la ciudad”. Por otra parte, la demanda en el centro de la ciudad hace que llegue menos a Barrio Toba por lo que comienza a bombear más de pozo, es decir, filtrada. En ese momento, no se garantiza que se apta, ya que no se sabe qué composición presenta.

También, explica que las conexiones ilegales ─inevitablemente, porque sino no tendrían agua─ generalmente se mezcla con las aguas servidas porque pasan a través de las zanjas.

─¿Aparecen enfermedades como consecuencia de la contaminación?

─Hay una zona en el barrio donde empezaron a aparecer chicos con lesiones en la piel pero aparentemente eso estaba vinculado con movimiento de tierras en el barrio, pero si bien son dos cosas diferentes son comunes en cuanto a que no están garantizadas las condiciones de habitabilidad y salubridad para esas comunidades, entonces dos elementos que, aparentemente, tienen componentes diferentes tienen en común el que no se garantiza desde el punto de vista de la salud pública para la habitabilidad de ese barrio─ comenta.

La marginalidad del barrio es extrema, hay zonas donde las viviendas se construyen sobre viejos basurales y los desechos brotan de la tierra como crece la hierba en zonas fértiles. El paisaje es desolador. Las aguas servidas se estancan mansas en las zanjas, serenas como el río que bordea la ciudad y la abastece ─en gran parte─.

─Hay una condición que el agua tiene que ser potable para la persona que la toma y esa es una condición que no se cumple porque las personas muy mayoritarias de la comunidad están permanentemente reclamando sobre la calidad del agua, hay momentos, por ejemplo, en los que el agua viene con mucho cloro, entonces mancha la ropa; otros donde no diluye el jabón por el alto contenido de sales; en determinado momento las concentraciones y producto de estas mezclas, producen algunos efectos gastrointestinales importantes producto de la cantidad de sales, que tienen un efecto diarreico o chicos con vómitos, sobre todo las personas más vulnerables─ explica.

El infectólogo comenta, además, sobre otros problemas como lo son las cloacas, la contaminación, las enfermedades como la tuberculosis, la desocupación… Su trabajo no sólo se limita a la medicina sino que se siente parte de lo que sucede allí.

***

Ministerio de Aguas y Servicios Públicos, Secretaría de Obras Públicas de la Municipalidad, Aguas Santafesinas. Las respuestas de todos estos organismos son siempre muy esquivas, sobre todo, al nombrar “Barrio Toba”; las responsabilidades van pasando de cargo en cargo y, muchas veces, parece que sobre la realidad de esa zona no están al tanto.

La responsable de prensa de la Secretaría de Obras Públicas, Gisela Fouquet, no se siente capacitada para responder a la realidad del barrio y pide un mail para poder “armar las respuestas”, así de sincera. Elecciones mediante, las respuestas se evaporan en los votos.

Por otro lado, Guillermo Lanfranco, gerente de Comunicaciones de Aguas Santafesinas dice que el problema de que en verano la gente del barrio se queda sin agua no es conocido por ellos y no saben a qué se debe.

─Nosotros instalamos una planta de ósmosis inversa, una planta potabilizadora ya hace aproximadamente tres años. Y eso mejoró objetivamente las condiciones del servicio, obviamente, cuando hay algún día de muy alta temperatura, haya alguna baja de presión pero ahora en sí la cantidad de agua se incrementó y se distribuye en todo el barrio.

Con respecto a las futuras mejoras del servicio, Lanfranco dice que con la construcción del acueducto Gran Rosario que pasará por circunvalación mejorará el servicio. Pero no lo garantiza.

Las respuestas son escuetas, otras nunca llegan. Pero, esta realidad la viven todos los días las personas que habitan el “Barrio Toba”. Ahora llegarán los meses de calor y los qom deberán levantarse a la madrugada para poder lavar la ropa, ya que las piletas del centro consumen la mayor parte durante el día.

─Lo que no se ha garantizado es que sea un uso ecuánime de la distribución con las distintas necesidades de la población y las inversiones que se han hecho porque son importantes, porque en la zona norte de la ciudad se ha hecho un nuevo acueducto, una nueva toma de agua pero no alcanza al barrio, no llega. Entonces distribuye a la zona norte de la ciudad pero no llega a la zona oeste y no hay ninguna fecha posible de una solución definitiva por lo tanto dependen de lo que se le da y no de lo que se necesita. Entonces acá hay una relación entre satisfactorio y necesidad muy desigual, porque todos necesitamos del agua, ahora, qué tipo de agua y en qué cantidad es justamente la marca de la inequidad en la distribución. Lo que llega a mi casa, lo que llega a tu casa, es absolutamente diferente─ cierra Gabriel Ariza.

La inmensidad de la ciudad es bordeada por el gran Río Paraná, aquel que puede darle agua a todo Rosario y que, sin embargo, el Barrio Toba casi no recibe. Allí viven los qom, con pequeños cursos de agua que pasan frente a sus hogares, esa que despide un olor nauseabundo, que está contaminada con basura, jabón, desechos cloacales y más. Y, por otro lado, están los que la reparten en baldes, bidones, botellas, que salen a buscarla porque no hay agua que salga de las canillas.

Historias marcadas a fuego

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Imagino miles de voces hablando al mismo tiempo, contando sus historias, superponiéndose una con otra. Las puedo oír como un murmullo, mezclándose y, cada tanto, alguna voz más sobresaliente dice la palabra “Malvinas”.

Muchos hombres estarán, en este momento, pudiendo hablar sobre lo vivido hace 35 años atrás, muchos no querrán, otros no podrán: porque sus pensamientos los oprimen y no les dejan soltar las palabras fluidas, hilvanadas, cronológicas; tantos más porque ya trascendieron, porque dejaron sus jóvenes vidas en un pedazo de tierra fría y lejana de sus familias; y cientos más porque las ideas, los recuerdos y la opresión en el pecho no los dejaron seguir, se fueron, más cerca de los suyos en cuerpo pero, con el alma lejos, allá donde fueron con 18 y nunca más volvieron. A pesar de sobrevivir.

La Guerra de Malvinas, sin dudas, es un sello imborrable para muchos pibes que nacieron entre 1962 y 1963, pero también lo es para sus madres, padres, amigos, familiares y para cualquier argentino que haya vivido este enfrentamiento bélico a través del boca a boca, de los diarios, la televisión, la radio, las cartas.

No olvidar es lo importante y no olvidar que estuvo marcada por la última Dictadura Militar (1976-1983). No había bastado con miles de personas desaparecidas y asesinadas, todavía faltaba más destrucción y saqueo de esa juventud floreciente y tan viva. Ya era el final de un gobierno de facto que no había hecho otra cosa que arrasar con el país desde todos sus frentes: social, económico y político. Malvinas fue el manotazo de ahogado con el objetivo de perpetuarse en el poder.

Históricamente y territorialmente las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur pertenecen a Argentina. La ocupación colonial de estas tierras por parte de los ingleses data de 1833 cuando “expulsaron por la fuerza a los argentinos establecidos en las islas. Es decir que a partir de entonces y específicamente desde 1834 comienza la colonización inglesa en las Malvinas”, dice Alfredo Bruno Bologna en un artículo que salió en el diario La Capital el 10 de junio de 1982. No es ilegítimo ni descabellado reclamar por una parte del país que es nuestra. Por otro lado, las vías diplomáticas no favorecían a los argentinos, más allá del trabajo realizado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). A partir de allí, el gobierno militar, liderado por Leopoldo Fortunato Galtieri, comenzó a establecer relaciones poco afectuosas con Gran Bretaña.

“La grave crisis planteada con Gran Bretaña por la soberanía en el archipiélago de las Malvinas tuvo su detonante el jueves 18 de marzo, cuando un contingente de trabajadores argentinos desembarcó en la Isla San Pedro ─del grupo de las Georgias del Sur─ con la finalidad de desmontar una factoría ballenera, en cumplimiento de un contrato comercial suscripto entre una empresa argentina y una británica”, escribe el diario La Capital el 2 de abril de 1982. Y continúa: “El hecho tomó estado público el lunes siguiente ─22 de marzo─ cuando la cancillería británica formuló un reclamo a las autoridades argentinas denunciando en un comunicado que el contingente había izado en San Pedro una bandera argentina, a la vez que calificó de “ilegal” el desembarco”.

Y así llegó un 2 de abril de 1982 con una Plaza de Mayo colmada de gente y banderas celestes y blancas en un grito unificado de: “¡Argentina! ¡Argentina! ¡Argentina!” y “el pueblo unido, jamás será vencido”, mientras Galtieri saluda desde el balcón de la Casa Rosada con una sonrisa amplia dibujada en un rostro que deja ver el regodeo en el poder, abriendo los brazos en señal de una falsa gloria ─que el pueblo creyó─. “150 años de ocupación británica terminaron hoy, 2 de abril de 1982” dice una periodista en una transmisión televisiva antes de ese discurso tan aclamado por la gente.

“El hidalgo pueblo argentino tiende sus manos al adversario pero no admite discusión sobre sus derechos que pacientemente y prudentemente hemos tratado de reivindicar por las vías diplomáticas”, grita, pausadamente, el militar, y continúa: “Los tres Comandantes en Jefe: Comandante de la Fuerza Aérea Argentina, Comandante en Jefe de la Armada Nacional, y el que les habla, no hemos hecho otra cosa que interpretar el sentimiento del pueblo argentino el de acá y el de toda la República”. Quienes lo oyeron podrán recordar lo silencios entre una palabra y otra, podrán revivir esa voz particular, ronca y carraspeante, apelando a la duda pero, a la vez, predecible en su discurso.

Mientras un Galtieri habla de emoción, alegría, dignidad y orgullo nacional ─siempre interrumpidos por gritos de “viva la Patria”, vítores y cánticos─ muchos jóvenes ya estaban pisando esa tierra lejana pero cercana a la vez, con un clima que, seguramente, nunca habían sentido, con incertidumbre y miedo. En ese momento también, muchas madres, padres, hermanos, amigos no sabrán que sus pibes se alejaban en kilómetros pero se acercaban en el amor. La mayoría, sin oportunidad de dar aviso, sin la oportunidad de escuchar sus voces; muchos, por última vez.

De esas miles de voces que imagino escuchar puedo hacerlo ─35 años después de aquellos 74 días que duró el enfrentamiento─ con apenas dos. Puedo y tengo el privilegio, esta vez, de mirarlos a los ojos, de preguntar y escuchar, de tenerlos a un metro de distancia. Ya hombres, que no se fueron transformando paulatinamente a través de la vida, sino que se hicieron en un hecho determinado: la Guerra de Malvinas.

 

Dos voces, dos historias

Raúl Gómez

Tiene 54 años y es de la clase ’63. Sostiene una mirada intensa, de esos ojos que llaman la atención. Su boca está rodeada de una perfecta y canosa barba candado. Cada vez que habla es muy conciso, claro y decidido, es decir, las palabras suenan con mucha firmeza, rápidas, fluidas. Hace nueve años que su compañera de vida ya no está, ahora caminan junto a él su hija e hijo.

Raúl es rosarino y en 1982 vivía en barrio Alvear, “un barrio humilde, de trabajadores”, en palabras de él. En esos momentos laburaba y ayudaba en la economía familiar. Tenía otros sueños y proyectos: seguir estudiando, compartir momentos con sus amigos, ir a boliches, ser feliz. “Con 18 años, cuando empezás a conocer la vida, nosotros empezamos a conocer la muerte”, dirá los años suficientes después, cuando ya puede reflexionar sobre su propia historia.

A esa edad, el número de documento fue el responsable de que le tocara realizar el Servicio Militar Obligatorio y por ese mismo número fue destinado a la Primera Brigada Aérea, en Buenos Aires, precisamente en El Palomar. El 5 de enero de 1982 Raúl se incorporó allí y, con apenas dos meses de instrucción, las decisiones militares hicieron que viajara a Malvinas. “Yo me fui y nunca más volví”, dirá. No tuvo tiempo ni medios para comunicarle a su familia sobre su próximo destino. “Mamá, estoy bien. Besos”, decía un telegrama que le llegó a su madre el 30 de abril ─cuando ya hacía quince días de su arribo a las islas─ y que él nunca escribió.

“Cuando estaba ahí no es que no quería estar, primero tenía miedo porque esto es algo lógico, el temor, no es el que te paraliza, sino miedo por la situación que se estaba viviendo y que en la primera de cambio me podía tocar a mí como a cualquiera de mis compañeros”, contará Raúl. La unión entre ellos fue inevitable ya que necesitaban de la ayuda del que tenían al lado porque no tenían para comer, asimismo si caían heridos querían ser rescatados por ese compañero.

También, cuenta que los sentimientos eran una especie de amalgama, precisamente por esa duda y porque, a la vez, quería que se terminara pronto; quizás con el deseo de una victoria, de volver a su casa y con las Islas Malvinas recuperadas, nuestras más que nunca. “Uno era consciente de lo que estaba haciendo pero me aferraba a mi familia, a lo religioso; uno siempre apunta por ese lado”, dirá. A veces, tenía momentos de una falsa tranquilidad ─porque ese miedo nunca se iba─ y ahí reflexionaba sobre lo que estaba haciendo, lo que podía pasar y, si sucedía, cómo iba a quedar su familia. Eso, era en lo que más pensaba.

El clima tampoco ayudaba, ya que las temperaturas eran de 7 u 8 grados. “Yo me higienizaba en cuero, afeitándome”, contará Raúl. Nunca creyó que no iba a poder soportarlo porque “el cuerpo se va adaptando”. “Sí lo que veía muy cerca el tema de la vida pero no por el frío o por el hambre, sino por los bombardeos navales o bombardeos aéreos, que tenía mis dudas de que podía llegar a volver”, dirá 35 años después de haber regresado.

A partir de estos sentimientos fue que Raúl escribió dos mensajes paralelos: “Le mandé una carta a mi vieja diciéndole que no se hiciera problema que yo estaba como a 500 kilómetros, que menos mal que me había tocado ir a mí a Malvinas porque sino, no iba a conocer esto, porque no iba a tener la posibilidad de conocer otras ciudades, otros lugares y menos Malvinas”, cuenta, y continúa: “Y a un amigo mío diciéndole que la estaba viendo muy cerca y que si me llegaba a pasar algo que él, si se llegaba a acordar de esto, que por favor le dijera que si yo no fui el hijo que mi vieja quiso tener que me disculpara, por todas las cosas mal que hice; nunca quise hacer mal a nadie y siempre traté de ser un buen hijo”.

 

Claudino Chamorro

Tiene 54 años y nació en 1962, en Corrientes. En 1969, con siete años, su familia y él se mudaron a Rosario. “Soy el mayor de seis hermanos, en ese tiempo éramos cuatro pero después tengo dos hermanos que han nacido acá en Rosario”, dice. Habla pausadamente, con voz tranquila y muy clara en su relato. En su pronunciación todavía se puede notar un dejo de tonada correntina. Tiene una mirada suave, igual a la de su forma de hablar. Es alto y con el cabello canoso. Hoy, la familia de Claudino está conformada por su mujer, Mónica, y acompañado por sus tres hijos y sus cuatro nietos.

“Yo me crié acá, en lo que hoy es la Siberia. Y trabajaba como menor en una fábrica que estaba a cinco cuadras de mi casa, que íbamos la barra de muchachos a trabajar todos ahí. Hacía mi secundario de noche y eso era lo cotidiano que hacía en mi juventud”, explica Claudino.

Tuvo la oportunidad de no hacer el Servicio Militar Obligatorio ya que el patrón que tenía en la fábrica le decía:

─ Yo tengo un Coronel amigo, te puede hacer salvar, si vos no querés.

─ No, yo quiero hacer la colimba─ contestaba él, en reiteradas ocasiones en las que se dio esta conversación.

Su sueño era realizar la instrucción militar, quería saber lo que era. Sin embargo, su número de documento también fue el responsable de que le tocara hacerlo y, precisamente, en el Batallón de Infantería de Marina N°5, en Río Grande, Tierra del Fuego. Muy cerca de ese trozo de tierra que defendió hace 35 años.

Así fue que, primero, pasó las revisaciones médicas en lo que, en ese momento, era el Batallón de Comunicaciones 121, en Rosario. Luego, se incorporó el 4 de agosto de 1981, en un centro de Infantería de Marina que está en La Plata, en el Parque Pereyra Iraola. Durante dos meses, estuvo allí, mientras que los fines de semana le otorgaban las licencias o francos y volvía a su ciudad, a visitar a su familia. Más tarde, su destino fue Tierra del Fuego. En este caso, el Servicio Militar se hacía un año de corrido, sin regresar a sus casas.

Con ya ocho meses y medio de instrucción a Claudino le tocó ir a Malvinas. Tampoco tuvo tiempo de avisarle a sus seres queridos que se iba. “La única forma de comunicarnos en ese tiempo que teníamos de Río Grande a Rosario era por carta, porque no había ni teléfono fijo, en ese tiempo tener teléfono fijo en tu casa era como ser gran empresario, un militar de carrera, porque la gente obrera no tenía ese acceso casi. Era muy difícil”, contará. El 17 de abril de 1982 escribió una carta, ya en Malvinas. Días después, su familia supo dónde estaba.

A él, el frío no le pareció un problema ya que por la ubicación en la que realizaba el Servicio Militar, el clima se había hecho costumbre. Por cierto, el Batallón N°5 fue a la guerra por eso mismo: porque tenían la vestimenta y el equipamiento adecuado. Cuando pisó las Islas Malvinas la sensación de Claudino fue la de “pisar nuestra tierra”, esa que las maestras de la escuela pública tanto le habían hablado. “Esa sensación de pisar nuestro suelo, parte de nuestro territorio nacional, que uno en su imaginación nunca creyó poder pisar”, contará.

En los momentos en que podía detenerse un segundo, también pensaba en cómo cuidarse para no perder la vida. Por otro lado, dedicaba ese tiempo a leer. “A mí me gustaba leer mucho las cartas que por ahí mandaban las escuelas y que llegaban a nuestras posiciones”, recordará. Fue ahí que comenzó una historia especial con una alumna a la que le contestó una carta y ella la recibió y respondió nuevamente. Hoy, 35 años después, conoció a esa niña que ya es una mujer y tiene toda la correspondencia guardada. El reencuentro, esta vez cara a cara, fue en Buenos Aires.

Durante los primeros días en las islas prepararon las posiciones en las que debían convivir seis o siete soldados en cada una. En total eran seis morteros y, en ellos, esa cantidad de personas. “Dormir no dormíamos de noche, descansábamos de día cuando podíamos”, dirá Claudino. En ese lapso de tiempo no imaginaba lo que iba a suceder hasta que el 1° de mayo los ingleses bombardearon el aeropuerto. “Nosotros lo vimos como mirar una película en una pantalla gigante del lugar que estábamos y ver el ataque aéreo. Y ahí nosotros nos dimos cuenta de la realidad que íbamos a vivir porque ese mismo día a la noche, los buques ingleses empiezan el bombardeo a nuestras posiciones durante 42 días”.

Ese día fue el verdadero inicio de la guerra. El diario La Capital publicó una cronología el 16 de junio de 1982 titulada: Los hechos desde el 18 de marzo. Allí, en el 1° de mayo figura: “Se iniciaron los combates en las Malvinas. Tres intentos de desembarco británicos son rechazados. Fueron difundidos los primeros diez comunicados del Estado Mayor Conjunto. Una fragata británica resultó averiada y cinco aviones Harrier destruidos, entre otras pérdidas inglesas. Cayeron dos aviones Dagger y un Pucará argentinos. Por decreto del Poder Ejecutivo fue convocada la clase 1961. Por la noche, el presidente Galtieri dirigió al país un severo discurso en el cual sostuvo que Argentina “responderá” al ataque”.

 

Desenlace y final

A partir de ese momento el desenlace de la guerra fue atroz. Al día siguiente fue hundido el Crucero General Belgrano y La Capital titulaba: Horas trágicas en el Atlántico Sur. Allí, se perdieron muchas vidas y otras tantas lograron sobrevivir al juego sucio del enemigo. El gobierno argentino denunció que fue atacado fuera de la zona de bloqueo establecida por el Reino Unido el 30 de abril. El 25 de mayo, un nuevo ataque derramó más sangre joven. Mientras tanto, las Naciones Unidas y el Papa Juan Pablo II reclamaban y negociaban una paz que llegaría varios días después.

El 14 de junio de 1982 los británicos llegaron al centro de las defensas argentinas en Malvinas. Antes de esa fecha, los medios de comunicación todos los días iban informando al pueblo sobre lo que estaba sucediendo. Había publicidades alentando a los soldados y las noticias daban indicios de que Argentina estaba realizando una batalla triunfal que no fue. En el medio, varias notas argumentaban nuestro derecho sobre el territorio; La Capital, en Rosario lo hacía a través de las palabras de Alfredo Bruno Bologna. Y, el martes 15 de junio, ese mismo medio tituló en tapa: Rige desde ayer un cese no concertado del fuego. Al día siguiente, Galtieri aparecería en todos lados anunciando: “El combate de Puerto Argentino ha finalizado”.

La finalización de la Guerra de Malvinas y, una derrota a cuestas, generó una profunda tristeza en todos los argentinos. Por la vidas entregadas por la Patria, por las secuelas que dejó en miles de pibes; por el dolor de cada uno de los que volvió; por el dolor y la eterna espera de una madre cuando su hijo no volvió; por la impotencia, la rabia y la furia del desamparo; por la decisión de esta guerra absurda. Y los medios siguieron como si nada. El diario La Capital ya no escribía todos los días sobre Malvinas, ya no salían notas donde hablaban de nuestros héroes. El gobierno se ‘olvidó’ y el diario, también.

***

Las historias de Raúl y Claudino son parecidas en su final, no solo porque sobrevivieron, porque están acá y pueden contarlo, sino también por diferentes hechos que hicieron que sus vidas converjan. Ambos combatieron durante los días que duró la guerra y que les tocó estar ahí, defendiendo no solo nuestro territorio nacional sino también sus propias vidas, las de sus compañeros y luchando por volver. Imagino, también, que en esos momentos donde se sentían muy cerca de la muerte, habrán pensando en sus familias, en momentos felices, en su propia línea de vida. Imagino que habrán pasado frente a sus ojos cientos de imágenes mudas, con ruido a risa, en blanco y negro, a color, borrosas o bien nítidas.

Raúl fue prisionero de guerra y regresó al continente en el buque Almirante Irizar. “Ahí un avión nos trasladó hasta El Palomar, entramos de noche y por la puerta de atrás, apenas unos familiares de los que vivían en Buenos Aires y nuestros compañeros que habían llegado en el primer viaje o bien los que no fueron a Malvinas que estaban custodiando. Y después nos engordaron como chanchos, nos dejaron ahí un par de días comiendo, porque obviamente no habíamos comido. A los tres o cuatro días nos dieron una licencia”, dirá ahora.

La suerte de Claudino no fue diferente. Estuvo prisionero seis días, en dos lugares distintos. “Cuando el 14 de junio está la orden del cese del fuego, nosotros entramos a Puerto Argentino con nuestro armamento, o sea, el fusil, el correaje, el casco y las ametralladoras y nos llevan a un galpón en el Apostadero Naval y todos los que nos pudimos replegar fuimos a ese galpón. Y nosotros estuvimos tres días prisioneros con el armamento, después, al tercer día nos sacan de ese lugar y nos llevan al aeropuerto”, recordará.

Ese, fue el momento en que las cámaras televisivas tomaron a los soldados británicos retirando las armas a los argentinos y tirándolas al costado de la ruta. “Después estuvimos tres días más prisioneros ahí y el 20 de junio, el Día de la Bandera embarcamos en el Almirante Irizar, el rompehielo y nos traen de vuelta al continente. Nosotros llegamos después de tres días de navegación ─que se la regalo a cualquiera─ el 23 de junio llegamos a Ushuaia”, contará Claudino.

Tampoco habrá un recibimiento especial, solo la gente de Río Gallegos que los esperaba al costado del camino que va desde el aeropuerto hasta el Batallón. “Nos esperaban con sándwiches y Coca-Cola. La gente nos decía: “Gracias”, nos agradecía… porque en realidad, el Batallón era la vida de Río Grande, era el que le daba vida los fines de semana cuando nos daban el franco y nosotros salíamos a consumir, a los bares, a los boliches porque había boliches también”, recordará.
***

Después de la llegada al continente, la licencia les permitió regresar a sus hogares antes de retomar el Servicio Militar Obligatorio. Sí, ambos, tuvieron que terminar con los meses de instrucción establecidos. Claudino obtuvo la baja en septiembre de 1982, mientras que a Raúl recién se la otorgaron en noviembre de 1982.

Antes pudieron reencontrarse con sus familias y, especialmente con sus madres. Los dos se fundieron en un abrazo reconfortador, de esos en los que se puede sentir que estás a salvo y que todo va a estar bien, de los que hacen olvidar todo lo que existe alrededor y se siente el calor y el amor de quien te lo dio desde que llegaste al mundo.

“El colectivo me dejaba como a cuatro o cinco cuadras y me conocían todos en el barrio. Así que cuando fui, esas cuadras, las caminé más o menos por hora, hora y algo porque todos me preguntaban. Hasta que llegué a mi casa. Mi vieja estaba laburando, estaban todos trabajando y cuando mi vieja viene, pasa por el mismo lugar y va a hacer las compras en una verdulería y en esa verdulería le dicen: “Ah! Lo vi pasar a Raúl””, contará. A partir de esa frase, la madre del ya ex combatiente corrió los metros que le quedaban para llegar a su casa. Cuando se vieron, no hubo oportunidad de palabras, de decir nada, solo un abrazo, uno eterno que valió por todos los días de espera e incertidumbre. Las noticias llegaban, intercambiaban cartas, pero siempre lo hacían días después de enviadas; en ese lapso podría haber ocurrido cualquier cosa. En ese abrazo, en ese momento, el alma y el cuerpo volvieron a ser uno.

El reencuentro de Claudino tuvo la espera de un avión hasta Ezeiza, un tren hasta Retiro y un tren hasta Rosario. Lo esperaban, en la Estación Norte, sus hermanos y amigos. Luego, por fin, pudo llegar a su casa donde aguardaba su madre. Tampoco hubo lugar para las palabras, el abrazo con ella fue como resurgir de las cenizas. “Me quiso meter de vuelta para que vuelva a nacer”, contará. Y en cuanto a su padre dirá: “Mi viejo era más duro pero también yo creo que habrá sufrido muchísimo”.

El amor de su padre se traduce en una anécdota: “Él trabajaba en el frigorífico Swift y cuando nosotros vivíamos acá donde está la Siberia, había una tienda en el barrio y él nos compraba la ropa siempre ahí. Entonces, un día se viene desde Gálvez cuando nosotros nos mudamos ─antes de irme a la colimba, un mes antes nos mudamos a Villa Gobernador Gálvez─ y él se vino en bicicleta de allá a la tienda a comprarme: gorra, guantes, bufanda, pullover”, recordará.

A la dueña de la tienda esa compra le llamó la atención:

─ ¿Pero usted por qué lleva tantas cosas de abrigo?

─ Porque mi hijo está en Malvinas, le quiero mandar una encomienda.

Seguramente, la dueña habrá quedado, también, sin palabras para expresarle a ese hombre que con tanto sacrificio y, por sobre todo, amor fue a comprar algo que lo hiciera sentir protegido a su hijo. La mujer nunca le quiso cobrar. Pero, lamentablemente, ese paquete nunca llegó a sus manos.

 

“Por siempre serán héroes, por siempre serán héroes, por siempre nuestros héroes de Malvinas”

Ahora llegaría la peor parte, retomar la vida, volver a las actividades diarias, tratar de encontrarlas. Raúl volvió con un diploma de honor con el que empapeló la ciudad en busca de trabajo, uno que nunca le dieron. Entonces, tuvo que recurrir a la omisión de una parte importante de su vida, una que no se puede borrar con nada. “Fue bastante doloroso también ocultar algo que hice, que yo no hice nada malo, traté de defender a mi país”, contará.

Un día, una charla con amigos lo hizo tomar una decisión, entrar en la Policía. “No fue una elección, fue una obligación porque yo siempre trabajé, mi viejos eran laburantes y yo creía que tenía que dar una mano en mi casa; pero volver de Malvinas y no darme ningún tipo de trabajo, todo lo contrario se me cerraban las puertas no se me abrían”, recordará. No pudo hacer lo que le gustaba, lo que deseaba, tuvo que recurrir a lo que había. Eran los loquitos de la guerra, no había lugar para ellos en el mundo laboral.

Claudino pudo volver a su trabajo anterior, lo habían esperado. Luego, lo llamaron de una empresa de telefonía del Estado, Entel, en la que trabajó once años. Pero, haber tenido trabajo no le impidió luchar por sus compañeros y por los derechos que le correspondían a cada uno, preocuparse por la vida de sus hermanos de la vida. Ambos, llaman a este proceso de prejuicios, de falta de laburo y reconocimiento, desmalvinización.

***

A finales de 1982 y principios de 1983 comenzaron a juntarse, primero en diferentes casas hasta que lograron tener un lugar estable. El primero se lo otorgó la Municipalidad en una galería de la Peatonal Córdoba, después llegaría el que tienen hoy, en calle Ayacucho al 1400. “Empezábamos a hablar de las problemáticas, después ya vinieron los suicidios de nuestros compañeros, que hoy tenemos 649 caídos y tenemos casi 500 chicos que se quitaron la vida después de lo que fue la Guerra de Malvinas”, cuenta Claudino.

“Nosotros siempre decimos que nos curábamos las heridas entre nosotros, en ese tiempo, en los primeros años, nos contábamos nuestras cosas, y así era una forma de descarga a tierra. Y muchos no lo soportaron”, reflexiona Chamorro.

Ese dolor insoportable que oprime el pecho, te deja sin aire y no te permite seguir, fue el responsable de que muchos hombres no pudieran volver a ser felices. Pero, el mayor responsable fue el Estado que nunca brindó un apoyo psicológico y sus familias hicieron hasta lo imposible, pero también sufrieron con ellos, sufrieron a la par de sus hijos desgarrados en cuerpo y alma. Muchas veces, quien se colaba por el alma era la culpa que arrasa y reprime; es autoritaria y convence a cualquiera de ser responsable, es estafadora.

Muchos ex combatientes rosarinos comenzaron a buscar una salida a ese dolor con el trabajo solidario que empezaron hace más de treinta años y que todavía hoy continua. Ellos devuelven el cariño que les dio el pueblo a diferencia de los gobiernos y salen a repartir platos de comida a la gente que más lo necesitan. “Hay muchas cosas que hacemos, no solamente por nuestros compañeros sino también por la sociedad, que ustedes eso lo ven todos los días cuando uno sale a dar un plato de comida o a la gente en situación de calle o también hacer lo que hicimos el otro día cuando fue el 20 de junio que nos retiramos del acto porque no podíamos permitir que nuestro pueblo esté a 800 metros y nosotros estemos en un acto y el pueblo no pueda compartir el homenaje a nuestra bandera, el respeto a nuestra bandera. Entonces eso no lo vamos a permitir nunca”, cuenta Claudino.

“Al principio era todo aportando con los que teníamos trabajo en efectivo, destinábamos un porcentaje, algún dinero para comprar arroz, todos elementos como para hacer un guiso o como para salir a dar de comer a la gente que está en situación de calle porque nosotros (quién como nosotros que teníamos dolores de panza y un montón de cosas más; el hambre y encima estábamos bajo fuego enemigo, o sea, en la guerra) veíamos que estaban pasando cosas en nuestra ciudad y queríamos tratar, no es la solución, pero bueno, obviamente para que la gente se vaya con un plato de comida y por lo menos pueda pasar la noche”, dice Raúl.

***

Raúl y Claudino comparten lo días en el Centro de Ex Combatientes de Rosario, comparten la solidaridad, el dolor y el amor a la bandera. Hay veces que no hay formas de ponerle palabras a las historias como estas pero ambos saben dispararlas muy bien, concisas y con una fuerza que te atraviesa completamente.

“Lo ridículo que dejó esta guerra, el error y el horror de esta guerra fue que mis compañeros toleraron la herida de un fusil enemigo, la bala de un fusil enemigo pero no toleraron la espalda del Estado, del gobierno y se fueron quitando la vida”, dice Raúl. Se fueron pasando las responsabilidades entre militares y democráticos, los hicieron seguir a la deriva, no fue suficiente todo lo que habían vivido.

Ambos tienen heridas que son imposibles de sanar, esas heridas que no se ven y dejó la Guerra de Malvinas. Sobrellevan ese dolor pero nunca, nunca más volvieron a ser los mismos muchachos, aquellos que con 18 o 19 años se fueron con la Patria al hombre y la defendieron con miedo e incertidumbre. “Yo no soy la misma persona”, dice Raúl en una parte de la conversación y después agrega: “Yo me fui y nunca más volví”.

Algo similar le sucede a Claudino cuando reflexiona: “Yo creo que no tenía 19 años, tenía como 26, 27 años. Era grande para mis amigos, me parecía que ellos habrán sentido que yo era como un tipo mayor. Pero no volvimos a ser los mismos, las mismas personas, más allá de que uno trató de ser la misma persona en su posición, en su casa, uno por dentro parecía una persona más grande”.

Hay una frase que resume las dos historias y, quizás, las miles de historias que se estarán contando en este momento, las que no querrán ser contadas y las que no podrán salir a través de las palabras. Pero, aunque no se escuchen o no se lean, están y están ahí en cada pibe que se convirtió en hombre en un abrir y cerrar de ojos, en el lapso que hay entre la oscuridad de la noche malvinense y la iluminación del bombardeo enemigo. “Estamos la mayoría, creo, marcados a fuego”, dice Raúl, y no hay nada más que decir.

Material de archivo utilizado: 

  • Videos:

Galtieri ovacionado en Plaza de Mayo el 2 de abril de 1982

Archivo Prisma de la Televisión Pública: Galtieri en la Plaza de Mayo: «Si quieren venir, que vengan», 1982

  • Diarios:

Diario La Capital, del 1 de abril de 1982 al 30 de junio de 1982, pertenecientes a la Hemeroteca de la Biblioteca Argentina de Rosario (ver fotos en el informe).

 

La cabeza, el talento y el esfuerzo van de la mano

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Por Alina Alba

Es martes de agosto y el sol de las tres de la tarde ya empieza a picar. De casualidad, Ceclia Torres tiene media hora libre ─de una larga jornada de clases de tenis─ en el Nuevo Club Atlético y Deportivo Piamonte (NCAyDP). Termina de despedir a un grupo de chicos, siempre con amabilidad y picardía. Ya a la sombra ─en los bancos que se encuentran al costado de las canchas─ comienza la charla.

“El tenis lo empecé por la insistencia de Juan Manuel Ferrero que en ese entonces era el profe del club, tenía una muy buena relación con mi mamá, él estaba empezando con las clases de tenis en Piamonte”, cuenta Cecilia Torres, y agrega: “Arranqué cuando ya estaba por cumplir los siete años”.

Más tarde, cuando ya tenía nueve, empezó a participar de los torneos y encuentros, donde se fue afianzando en el deporte y a mejorar su nivel de juego. Con el comienzo de la adolescencia, desafió los provinciales y siguió avanzando en este deporte tan competitivo. “A medida que fueron pasando los años, ya me metí a competir a nacionales, giras sudamericanas y algo internacional también”, dice orgullosa.

En ese entonces, las clases de tenis no fueron suficientes para poder continuar escalando en el mundo de las raquetas. Torres cuenta que su predisposición, sumado a los resultados obtenidos en los torneos y el nivel que estaba teniendo, hicieron que el entrenamiento fuera más específico. Un grupo de personas ─preparadores físicos y gente especializada en el tenis─ conformaron un grupo exclusivo para ella. A medida que el esfuerzo físico crecía, disminuía su tiempo libre.

“Todos los días tenía entrenamiento de tenis lo que es unas dos horas, más el entrenamiento físico”, comenta, y sigue: “Era bastante duro, inclusive había fines de semana que los sábados también tenía que entrenar y cuando viajaba me llevaba una rutina también para poder sostener ese entrenamiento”. Siendo una adolescente ─en plena etapa de amistades, salidas y ganas de divertirse─ Cecilia se abocó a su carrera como tenista que crecía a pasos agigantados.

Con el tenis comenzó a recorrer toda la Argentina y, más tarde, los límites se extendieron pasando las fronteras: recorrió toda Sudamérica. Pero no fue suficiente: llegaron las giras por Estados Unidos, donde pasó cerca de veinte días lejos de sus familiares. Finalmente, el continente americano no alcanzó y ─antes de viajar al mundial─ se preparó en Bélgica. “Lo más lejos que fui, gracias al mundial que me tocó jugar en el 2001, fue República Checa”, recuerda, y agrega: “Una semana, era un mundial por equipos de Sub-14”.

Por aquellos años, muchos pibes estaban construyendo su carrera como tenistas. Es ahí donde Cecilia Torres compartió equipos en dobles o compitió en contra de quienes ─más tarde─ se convirtieron en profesionales, como Florencia Molinero y Betina Jozami. También formó parte de grupos de viajes con Eduardo Schwank y Horacio Zeballos. Pero lo más importante fue que estuvo a la par de quien se consagró como uno de los mejores tenistas de Argentina. “Nada más ni nada menos, que con Juan Martín Del Potro, que realicé varios viajes, sobre todo al exterior. Participamos muchas veces de los mismos equipos que nos movíamos hacia otros países a competir”, dice orgullosa.

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Tie break

Entre la magia y el sueño de estar viviendo cosas inimaginables, los viajes por el mundo y lo rápido que estaba escalando la montaña del tenis, algo sucedió en Cecilia Torres que la hizo tomar una difícil decisión: dejar de jugar y entrenar en alto rendimiento. ”Fue durante el año 2003 como que yo ya empecé a rondar con eso en la cabeza, como que quería una vida medio normal”, expresa con seriedad.

“El que está en eso o estuvo en eso, sabe que lo que digo es así. Que es mucha demanda de tiempo, pocas salidas, poca familia, o sea uno cuando viaja en el tenis está mucho solo, y todo eso me pasaba por la cabeza”, argumentó. A pesar de esto, hizo un esfuerzo más y continuó. Ya a principios de 2004, los pensamientos se intensificaron. “Tuve mi mejor año, me había ido bien, había ganado varios torneos en Chile, estaba 115 del mundo en Junior, con sólo 16 años”, explica, y agrega: “La verdad que no lo soporté”.

Cecilia Torres estaba en su mejor momento, en el trampolín que le permitiría saltar a lo mejor del tenis, pero su cabeza empezó a desear una vida como la de cualquier chica de su edad. A pesar de no haber podido continuar, sostiene que le hubiese encantado hacerlo. “Pero yo en ese momento no daba para más, estaba saturada, mucho viaje, mucho estar sola, mucha exigencia, yo también soy muy exigente, más los profes, todo el grupo de trabajo, que siempre a ese nivel hay que entrenar muy duro”.

Así fue como una gran promesa del tenis se la jugó por volver cerca de sus afectos, amigos y el estudio. Años más tarde, comenzó a cursar la carrera de Profesora de Educación Física. Cuatro años que transitó sin problemas, hasta llegó a ser escolta de la bandera. La experiencia en el tenis y un amor por los deportes desde chica, fueron los motivos que la impulsaron en la elección de su futuro.

Tiempo después de haber obtenido el título, Cecilia Torres llegó a ser la actual profesora de tenis del único club que tiene la localidad de Piamonte. Club que la vio crecer como tenista y como persona. Con mucho entusiasmo y, por sobre todo, pasión por lo que hace, Cecilia se puso muchas metas en este cargo. “Después de lo que es la cantidad de gente, ir buscando lo que es calidad de entrenamiento, hacer foco en los chicos, los chicos que salgan a competir”, comentó.

Las redes del tenis, redes de recuerdos

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La experiencia, la gente que fue conociendo, los viajes y el sueño del tenis, hicieron que Cecilia Torres cosechara miles de recuerdos. Hay algunos que son especiales, están marcados por la emoción de los logros: su primer torneo ganado en la zona donde vive; haber conocido y sido agasajada por Gabriela Sabatini antes de viajar al mundial; las semanas junto a los compañeros, aferrándose a ellos y al capitán; el tiempo compartido con uno de los mejores tenistas argentinos, Juan Martín Del Potro; entre tantos más que podría contar.

No sólo los buenos momentos, sino que también se le vienen a la mente aquellos viajes en los que estuvo sola, pero que pudo disfrutarlos gracias a sus compañeros. Los recuerdos son muchos y quedarán guardados para siempre en ella, en las fotos, en la experiencia y la pasión por el tenis. “Me gusta lo que hago, así que son muchos los momentos que te da o que me dio este deporte”.

No hay dudas, Cecilia Torres ama lo que hace: jugar y enseñar el tenis. Durante la charla, siempre sostuvo su raqueta en la mano, dice que está acostumbrada a dar notas de esa manera. Ya van llegando los niños a su clase, y los recibe con la misma simpatía y picardía que despidió a sus anteriores alumnos. Saluda levantando la mano y sonriendo a la sombra de la visera de la gorra celeste.

Panzas llenas, corazones contentos… y solidarios

Alumnos y profesores de la Eesopi 8103 “José Manuel Estrada” de Piamonte, llevan a cabo el proyecto de una “Heladera y despensa Solidaria”. La misma ya hace un mes que está en funcionamiento. Los responsables de esta iniciativa nos cuentan acerca de cómo se desarrolla y la realidad que vive la localidad.

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Por Alina Alba

“Por más que seamos 3500 habitantes, creemos que nos conocemos, y no nos conocemos, ni conocemos otras realidades”, expresaron los responsables de la “Heladera y Despensa Solidaria”, al hablar de cómo empezó a gestarse esta iniciativa. En un primer momento no pensaban que en Piamonte, una localidad con tan pocos habitantes existiera esta problemática: hay personas que no tienen para comer.

El comienzo de esta idea surgió al ver en la televisión, que en Tucumán funcionaba recientemente una heladera solidaria, en la que se depositaba comida para quienes estuvieran en situación de calle. En este caso, la heladera se encuentra afuera de un restaurante, y los responsables son tres gastronómicos que decidieron no tirar la comida que sobraba.

En Piamonte, también se hizo realidad este sueño de poder ayudar a quienes más lo necesitan. Dentro de la Eesopi 8103 “José Manuel Estrada”, las profesoras Danisa Astegiano, Marianela Fraire y Silvana Garnero, le presentaron este proyecto a los chicos que cursan cuarto año. Con mucho entusiasmo y ganas de trabajar, estuvieron de acuerdo para llevarlo a cabo.

Luego de la organización y planificación del mismo, llegó la hora de ponerlo en marcha, y el 11 de mayo de 2016, el moño de cinta blanco y amarillo ─que cercaba la heladera y una góndola con alimentos no perecederos─ se desató y dio inicio a este proyecto que trae mucha ilusión y ganas de ayudar. Algo muy importante que hay que destacar, es que no hay materias escolares de por medio, es una actividad extra con la que alumnos y profesores se comprometieron, y que ya lleva poco más de un mes funcionando.

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La “Heladera y despensa solidaria” abre sus puertas de lunes a viernes, desde las 11 hasta las 14, en el garage de la Parroquia “San Antonio de Padua”. En cuanto a su desarrollo, los adolescentes se dividen en grupos de dos por semana, llevan la comida desde la escuela (ya que ése es el lugar donde se debe acercar lo que se quiere donar), y a las 14 vuelven a cerrar. Es decir, que las personas que van a retirar alimentos lo hacen independientemente, no hay nadie que entregue las bandejas. Y en cuanto a esto los chicos expresaron: “La gente grande, lo que criticaba del proyecto era eso, que no había nadie cuidando la heladera, y que cómo podía ser porque se iban a llevar todo”. En ese sentido, los adolescentes destacaron el respeto de quienes asisten, porque siempre sobra comida, lo que da cuenta de que sólo retiran lo necesario.

Alumnos y profesores llevan un registro de la comida que sale, ya que las donaciones de alimentos se hacen en el colegio secundario, y luego son depositadas en la heladera. Además afirmaron que “hay gente que también lleva y no lo trae a la escuela” y eso genera que no puedan hacer una contabilidad exacta. Más allá de esto, ellos saben que en promedio hay ocho bandejas diarias que se retiran. Y, en el caso de que sobren las bandejas de comida elaborada, “se reparten de acuerdo a algunas familias que Cáritas o la asistente social de la comuna nos pasaron un listado de familias que pueden tener alguna necesidad”, expresó una de las profesoras.

En un principio el proyecto fue dirigido a los comercios que fabrican comida, para que al final de cada día, lo que sobre no se tire. Por eso, llamaron a 30 negocios para explicarles la idea y solicitarles colaboración. ¿La respuesta? Sólo tres locales participaron desde el principio en esta ardua tarea que es la de ayudar. En relación a esto, los chicos expresaron que “al principio todos creían que no iba a funcionar, entonces nadie aportaba, y ahora como están viendo que sí funciona, ya también los particulares se acercan y preguntan cuándo pueden traer, y cada vez más gente lo hace”.

Pero la realidad es que hay mucha gente comprometida con la “Heladera y Despensa Solidaria”, ya que no sólo hay familias que donan lo que les sobra, sino que hay personas que cocinan especialmente para brindar ayuda a quienes más lo necesitan. Por eso, los encargados de este proyecto solicitaron que quienes estén interesados en colaborar se sumen a la hora de elaborar un poco más de comida que la que hacen en sus casas. De esta manera no siempre las mismas personas tendrían que aportar todas las semanas, sino más espaciadamente. “Al principio cuesta, pero bueno hay cada vez más gente que quiere acercarse y donar. Y creo que todos tenemos que aprender, nosotros no enojarnos y el que va a buscar, también creo que está aprendiendo”, expresó una de las profesoras a cargo.

Además, destacaron la responsabilidad de la gente que cocina y colabora diariamente con la heladera solidaria ya que “lo hacen sumamente a conciencia, es decir, comida que come esa persona en su casa, no es que van a donar cualquier cosa porque total es para la heladera”, afirmaron los organizadores.

Algo que sorprendió a los responsables del proyecto, fue que se encontraron con que la gente que va a buscar comida, en una oportunidad dejó zapallos de su huerta. Luego con los mismos hicieron dulces.

“Es darle una ayuda al pueblo y ver que a lo mejor desde nuestro lugar, aunque sea pequeño podemos empezar a cambiar algunas cosas”, expresaron los chicos en cuanto a lo que sienten al estar ayudando a personas que a veces les falta un plato de comida. Además, dijeron que esto los ayuda a comprender en qué posición estamos como población y conocer los problemas que nos aquejan.

“Tal vez mucha gente cree o creía que no hay hambre y en realidad sí. Por más que no se vea como en la ciudad, sí hay gente que no tiene la posibilidad de comer o no puede comer todos los días. Le dan de comer a los hijos y ellos no comen, y esto es una gran ayuda”, afirmaron los adolescentes, que en un principio tampoco creyeron que en Piamonte hubiese gente que se encontrara en esta situación.

En cuanto a la realidad del pueblo, una de las profesoras comentó que “hay gente que no tiene una canilla para sacar agua de su casa, parece una locura que suceda eso acá que tenemos agua, no escasea”. Es por eso, que pidieron que quienes quieran aportar comida la lleven ya cocida porque de esta manera no tendrían que utilizar lo poco de agua que tienen, para bañarse y limpiar la casa. Más allá de que algunos alimentos no perecederos necesitan del agua para su cocción, es necesario que el resto de la comida, sea entregada totalmente cocida.

Finalmente, alumnos y profesores destacaron que “el respeto y la solidaridad que tuvo la comunidad, y la gente que va a buscar, nos sorprendió a todos, porque al principio, la mayoría no creíamos que funcionara por esto de no haber nadie que cuide la heladera, que cualquiera podía ir y sacar la cantidad que quiera, pero es mucho el respeto que tiene la gente que va a buscar”.

 

 

 

 

 

 

 

 

Cáritas: las manos detrás de la solidaridad

Por Alina Alba

Un acontecimiento importante, accidentes, actos, conmemoraciones, aniversarios, medidas políticas, entre otras cosas, son sucesos que se vuelven noticia porque suceden en un momento determinado. Pero, hay hechos que son atemporales, ya que duran un tiempo prolongado o porque son sucesos que le dan ‘color’ a un medio. El trabajo que merece esta categoría es el que hace Cáritas en la comunidad de Piamonte. Y es que hace de principios de la década del ’70, que un grupo de gente colabora incansablemente para quienes poseen menos recursos o se encuentran en situaciones que requieren asistencia. Los integrantes de esta institución ─todos─ trabajan de manera desinteresada, es decir, ad honorem.

Haciendo una mirada superficial de Piamonte, se podría decir que no hay pobreza, que no hay indigencia y que cada habitante tiene cubiertas sus necesidades básicas; pero indagando y mirando de una manera mucho más profunda, queda al descubierto que no es así, que las falencias y los problemas sociales también están a la orden del día. A pesar de ser un pueblo que supera, en unos pocos habitantes, los 3000, hay un porcentaje de ellos que necesita ayuda.

Por eso, hablamos con Edith Chiaramelo, directora de Cáritas sobre las actividades que realizan tanto en la institución como fuera de ella. Una de éstas es el “Ropero Solidario” donde la gente colabora donando ropa que se recolecta en la Iglesia. Luego se selecciona y periódicamente, se distribuye a las personas que más lo necesitan. “Se coloca toda la ropa en el salón, y la gente viene, retira y  se anota la ropa que se lleva, como para  tener  un control y  distribuir más justamente”, contó Edith Chiaramelo  acerca del mecanismo que tiene esta actividad.

No hay dudas que con los primeros fríos, la gente que se acerca a la institución en busca de ropa abrigada se incrementa, ya que los meses de otoño e invierno son los más difíciles de transitar cuando no se tienen los recursos necesarios. Hay que tener en cuenta que cuando las familias tienen niños en plena etapa de crecimiento, las prendas van quedando chicas año tras año. El costo de la ropa adecuada para esta época, como abrigos, buzos, pantalones y zapatillas, es cada vez más alto. Además, el acceso a la calefacción de una vivienda se hace cada vez más difícil con el aumento del costo de los combustibles y la electricidad. Por ello, son muchos los que van a buscar ropa y también se envía ropa a otras poblaciones con más necesidades.

En ese contexto, para ayudar en cuanto a la necesidad de ropa de cama ─como son frazadas y mantas─, está funcionando la campaña permanente “30×30”, que se trata del tejido de cuadrados de 30 x 30 centímetros. En esta actividad colabora mucha gente tejiendo, donando lanas o armando frazadas. En algunos casos los propios beneficiarios se arman su frazada con los cuadrados.

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Campaña de tejido de cuadrados 30×30 centímetros

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Frazada armada con los cuadrados 30×30

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Frazada realizada a partir de los cuadrados 30×30

Otra actividad,  que se hace en conjunto con la Comuna local, es una huerta. Este proyecto funciona con los programas “Vínculos” y “Pro Huerta”. Este último ya venía funcionando anteriormente a la llegada de Chiaramelo a la dirección de Cáritas. Se trata de huertas individuales en casas particulares con el asesoramiento de especialistas. “Esta actividad, tuvo bastante deserción, ya que la perseverancia es un valor difícil para lograr”, explicó Edith Chiaramelo.

En 2015, en el terreno de Cáritas, se comenzó a plantar frutales y a desarrollar la huerta, en primer lugar con los adolescentes que “no hicieron el secundario y que están sin trabajo, por lo que se necesita ayudarlos sí o sí, como para fomentarles el valor del esfuerzo, también dificultoso  de fomentar”,  manifestó Chiaramelo.

“Luego se propuso como actividad familiar, los abuelos y los nietos, tíos y sobrinos, padres e hijos  o alguien cercano afectivamente al adolescente”, explicó la Directora de Cáritas. Todo lo que se produce se vende o lo utilizan para consumo propio, por lo que es necesario ─para que la producción resulte─ tener una continuidad y dedicación en lo que se siembra.  De esta manera hay una posibilidad de contar con un ingreso más y una ayuda a la economía familiar. Cada huertero tiene su  propio cerco y su producción.

Próximamente, quienes se sumarán a esta actividad son un grupo de alumnos de la Eesopi 8103 “José Manuel Estrada”, quienes van a asistir rotativamente a la huerta y de esta manera agregarán más manos solidarias y comprometidas en esta actividad que en este último período se vio afectada de manera negativa por la inundación.

Captura de pantalla (7)

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Huerta en el terreno de Cáritas

 

¿Indigentes?

Siempre ─o en la mayoría de las veces─ que se dice la palabra “indigente”, se piensa en una persona que no tiene un techo donde vivir, que no cuenta con recursos para poder satisfacer sus necesidades básicas; pero el término, según el diccionario, significa: “Persona que carece de lo necesario para vivir o que lo tiene con escasez”. Y Piamonte no es la excepción a esta problemática, y en este caso Edith Chiaramelo se refirió a “padres que no se hacen cargo lo suficiente de sus hijos. También hay problemas de drogadicción, con todo lo que implica, que se abandonan precisamente los chicos”, pero aseguró que hay “mucha gente que se hace cargo, que colabora, que ayuda, por ahí vecinos que se hacen cargo de algún chico que vive cerca”.

Para la Directora de Cáritas se incrementó este tipo de indigencia, en estos últimos años, que es el ‘parcial’ abandono de los hijos, es decir, no ponerle la suficiente atención que necesita un niño o un adolescente que todavía depende de los padres. La causa de esta problemática no está definida con claridad, pues los motivos pueden ser diversos (justificados o injustificados) pero lo que se busca es una solución.

Problemas sociales como la drogadicción o la falta de atención ─y como consecuencia la deficiencia en ciertos límites─ a los hijos, no diferencia posiciones económicas sino que existe en todas partes. Pero, la carencia de recursos es un inconveniente más, que se suma a estos niños y adolescentes a la hora de buscar soluciones. Es decir, que se puede hablar de ‘indigencia’ cuando las personas no tienen los medios necesarios (económicos y culturales) para salir de esa situación.  Por eso, es necesario un trabajo en conjunto con los adultos, los mismos chicos y las instituciones, para que se logre combatir este tipo de dificultades. La escuela, el deporte, actividades culturales, esparcimiento, entre otras cosas, son aportes importantes a la hora de revertir o impedir estas circunstancias.

Por eso, Cáritas aporta un granito de arena, o una enorme mano (según cómo se lo mire),  que es la ayuda para niños que están edad escolar que necesitan de un cierto apoyo. En este sentido, Chiaramelo aseguró que “las instituciones trabajan en forma mancomunada” para que se logre el proyecto “Taller de apoyo escolar”  que funciona en el edificio con el que cuenta esta organización.

El mismo se sustenta con la colaboración de la Comuna de Piamonte en el sueldo de los docentes, y el de la persona que se encarga de prepararles la leche. “Es dos veces por semana, y las maestras de la escuela designan qué chicos son los que no lo necesitan. Y con buenos resultados porque hemos hablado con las maestras y están muy contentas con el apoyo a estos chicos”, manifestó Edith Chiaramelo.

Una forma de incentivar a los niños a que sigan asistiendo, es regalándoles o prestándoles juguetes, revistas o libros donados  por la comunidad, que también ayudan para sus momentos de esparcimiento y les estimulan un sano crecimiento.  En ese espacio además, se les brinda una copa de leche, con facturas o masitas.

Sobre el aporte de la comunidad, Edith Chiaramelo dijo que “es mucha la colaboración que recibimos, pero siempre hay cosas que se necesitan”, ya que la leche, el cacao, azúcar y las galletitas son donadas por un grupo de gente a quienes se les pide periódicamente porque la institución no cuenta con el espacio físico necesario para guardar las provisiones, además de que en algunos casos no llega a consumirse antes de la fecha de vencimiento.

En cuanto al sustento de Cáritas, Chiaramelo explicó que “la colecta anual de Cáritas, ─la de la misa y la domiciliaria, es lo único que nosotros tenemos como recaudación durante el año, que queda para  administración de Cáritas en la localidad.”

Siempre es bueno y necesario hacerse un tiempo para pensar sobre nuestro alrededor, saber que lamentablemente no hay igualdad de condiciones a lo largo y a lo ancho del planeta; siempre es bueno brindar un granito de arena o estrechar una mano para ayudar a quienes más lo necesitan. Ningún rincón del mundo está exento de la desigualdad, por eso se necesita cualquier tipo de colaboración: ropa, zapatillas, utensillos de cocina (ollas, cubiertos, platos, vasos), frazadas y ropa de cama, útiles escolares, cuadernos, mochilas… todo es bienvenido, y todo se necesita en cualquier época del año, la solidaridad es atemporal.